Publicado el 13 de mayo de 2020



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Usar la tecnología contra el coronavirus puede ser útil, pero sin olvidar los peligros inherentes

Emplear la tecnología en el ámbito de la pandemia del COVID-19 nos ayuda a conocer mejor el estado de la situación actual de la misma en cada país y zona del mismo. De hecho, los valores que da, cimientan los pilares en la toma de decisiones gubernamentales para saber qué pasos se debe seguir a continuación.

La información que se puede obtener de los teléfonos móviles en términos de geolocalización es un dato valiosísimo en el control de contagios. Se puede saber si hemos estado expuestos a un alto riesgo, a quien hemos podido contagiar e incluso obtener un porcentaje de probabilidad de estar infectado según las variables que devuelvan el resto de terminales. Toda una epopeya de la información.

Así mismo, los dos fabricantes grandes de la telefonía, esto son, Apple y Google, acordaron recientemente integrar un protocolo de comunicación entre ambos terminales para que los Estados puedan disponer de una mayor facilidad a la hora de registrar con quienes hemos estado. Obviamente este control no es un hecho que se haga de forma activa, sino cuando proceda por estar en una situación de catástrofe natural o sanitaria, como es el caso.

Aun así, la línea del derecho a la privacidad de cada individuo se ve peligrosamente vulnerada en manos de las directrices que cada Gobierno quiera establecer. Estados dictatoriales podrían suponer un verdadero problema para sus ciudadanos con esa información en sus manos. Por ello, la Unión Europea está en pleno desarrollo de un proyecto que intenta establecer una normativa para aplicar en la tecnología donde la preservación de la privacidad sea el elemento clave.

¿Y cómo recopilar información de geolocalización sin incurrir en romper ese contrato de privacidad? Según el proyecto de la UE, usando protocolos de descentralizado, esto es, empleando distintas organizaciones para almacenar la información que se recopile de cada usuario. Digamos que la información de cada usuario se dividiría en bloques, y mientras algunos de ellos se almacenan en Suiza, otros lo hacen en Italia y otros en Portugal. Por sí solos, esos bloques no aportan nada, y se deben unir para conseguir la valiosa información en un proceso que se realiza de forma automatizada y anónima.

La Inteligencia Artificial como herramienta para ayudarnos

Otro punto importante, es la implantación de la Inteligencia Artificial para afrontar los diversos proyectos. Así, el programa Sherpa.ai desarrollado por el País Vasco, es capaz de predecir de forma bastante precisa el número de UCI necesarias en los días venideros. Emplea diversos algoritmos de predicción que no solo ejecutan lo programado, sino que aprende de sus resultados y genera nuevos parámetros para futuras predicciones.

La Universidad de Granada, por su parte, posee un modelo para la detección de COVID-19 en los pacientes, usando radiografías de tórax que se modelan y comparan mediante un algoritmo que aprende a cada nuevo modelo analizado.

La Universidad de Cambridge, por su parte, está desarrollando un modelo predictivo para identificar contagiados por el coronavirus con tan solo oír su voz. Su línea de trabajo discurre por recopilar multitud de voces de contagiados y no contagiados de forma que la inteligencia artificial elabore por sí misma un algoritmo lo más exacto posible. Esto permitiría, por ejemplo, identificar si alguien puede estar infectado por COVID-19 con tan solo una llamada telefónica.

Los peligros de esta tecnología activa

Los tres pilares que entablan un peligro en estas puestas en escena son la privacidad, el consentimiento, y la veracidad de los datos.

La privacidad y el consentimiento siguen siendo -de forma continua- un hecho a evaluar. Incluso las grandes compañías de Google y Apple han tenido que cambiar sus planteamientos iniciales tras la ingente presión mediática a la que se han visto enfrentadas por parte de todo tipo de organismos gubernamentales.

El proyecto de la Universidad de Cambridge, por ejemplo, plantea a su vez los mismos problemas de privacidad si, por ejemplo, se implanta dicho sistema en un teléfono de atención al público en un hospital. ¿Cómo pueden las personas hacer valer su derecho si no quieren que el sistema les diagnostique? ¿Se me está restringiendo como usuario el poder llamar a ese número de teléfono si no quiero pasar por el filtro ese?

Por otro lado, la veracidad de los datos supone el tercer elemento importante a evaluar. Debemos ser conscientes que las predicciones basadas en recopilación de modelos precisan de una cantidad de datos muy alta y de calidad para poder ser considerada fiable. Igualmente, estos algoritmos requerirían de un histórico que consultar para basar sus resultados de forma más fidedigna. Esto dificulta el afinar los modelos y validar los resultados que se van obteniendo.

No debemos olvidar también que la tecnología requerida para la integración de estos modelos, no está al alcance de toda la población sobre todo si hablamos de países tercermundistas. Poder hacer un seguimiento de los contactos se basan principalmente en tener un teléfono inteligente, que no todo el mundo sabe usar o puede tener. Sería el colectivo más vulnerable el que se quedaría fuera del sistema, nuevamente.

Así mismo, hay que procurar que el sistema esté lo más balanceado posible entre sesgos de género y edades.

La tecnología puede ser una herramienta clave para mejorar el control y el conocimiento de la pandemia en diversos aspectos. Puede dar soporte a los expertos en la materia para ayudar a conocer mejor la situación y tomar las decisiones más adecuadas. Aun así, no por ello debemos confiar la solución de una situación tan compleja únicamente a la tecnología. Podemos pagar un precio muy alto por ello.

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